21 May El Punt Avui
Romà Vallès: “Nadie me ha aclarado todavía por qué me giraron la cara”
Histórico del informalismo, el Espacio Volart 2 de la Fundación Vila Casas expone su obra con un grito de guerra: ‘Memoria 88′ icono del arte de los años sesenta, a los setenta se lo arrinconó radicalmente hasta que fue rescatado a finales de los noventa con una exposición en la Pia Almoina
5 febrero 2012
Es un histórico del informalismo. Pero no le acaba de gustar que se lo digan, que es informalista. “Yo soy muy formal, quiero decir que soy muy serio. Sé que cuando me lo dicen lo hacen con una mueca de desprecio.” Romà Vallès (Barcelona, 1923) es un artista viejecito, con una salud de hierro, una lucidez sincera y honesta y una fuerza interior corprenedora. Las ha visto de todos colores, pero la conclusión en una vida tan agitada es que se ha salido, y más que se saldrá cuando el paso del tiempo limpie las cosas. En los años cincuenta y sesenta, fue un dios en la escena artística catalana, pero a los setenta cayó en un pozo maldecido de envidias, revanchas y de olvido forzado. Pero él, fiel a su ideario artístico y a unas convicciones humanistas insobornables, siguió pintando, hasta que a finales de los años noventa se le rescató. Memoria 88 es el título de la exposición que presenta el Espacio Volart 2 de la Fundación Vila Casas (hasta el 29 de abril). Memoria es lo que demasiado a menudo falta en el arte catalán para reconocer los méritos de aquellos que han abierto camino. En esta entrevista, Romà Vallès habla sin malicia, a pesar de que no pone suavizantes en los momentos más críticos de su trayectoria. Se lo ve feliz y muy ilusionado porque la exposición viajará, a principio de mayo, a París, donde expuso por última vez el 1969.
Las fuerzas no le fallan. Para pintar estos cuadros hace falta mucha, de energía, física y mental.
No paro. Parar sería darlo todo por acabado. Yo voy, todavía voy, porque a pesar de que la mayoría de cosas me suenan a déjà vu, siempre acabo descubriendo una de nueva, que me sorprende y me hace sacar la desazón de dentro.
¿Sufre cuando crea?
Cuando estoy creando no tengo de pies en el suelo. ¡No sé lo que hago! He roto mucha obra a lo largo de mi vida. Siempre he sido muy selectivo. No hay pautas. Parece que está hecho de cualquier manera, pero no, hay todo un proceso detrás. En mi trabajo hay una parte muy reflexiva. Y, a pesar de que hace 60 años que pinto, todavía ahora me digo: “¡Esto no lo había hecho nunca en la vida!” Del 2000 hacia aquí estoy muy ocupado con el papel maixé, es lo más nuevo de mi obra.
¿Un año clave en su biografía artística?
1954. Absolutamente clave. Mucha gente dice que, en aquella época, en Barcelona no pasaba nada. Y esto no es bien bien verdad. Sí que pasaban cosas. Ahora bien, de la revolución de la pintura nadie tenía ni idea. De arte nuevo, del que se dice nuevo, no había. Y yo tenía ganas de saber que pasaba afuera. El verano del 1954, con dinero de mi bolsillo, me fui a París y sí, allá descubrí muchas cosas. Y digo con dinero de mi bolsillo porque yo ya hacía un par de años que me ganaba la vida como profesor. La docencia no me privó nunca de pintar; bien al contrario, me dio independencia.
Tantas cosas descubrió en París que, un año después, pintó su primera obra abstracta.
Sí, mi abstracción era un poco primitiva, con conexiones con el arte maya. Y en 1956 ya me sumergí totalmente en el informalismo. Me lo jugué todo con esta carta. Y ejercí de profeta, a pesar de que esto no me lo quieren reconocer…
Fueron unos años muy intensos en que usted tenía una gran reputación. Alexandre Cirici y Juan Eduardo Cirlot escribieron críticas muy elogiosas de su obra.
Estaba arriba de todo. Tàpies ya era Tàpies, pero tampoco era quién es hoy. Cirici decía entonces que yo estaba más avanzado que él, porque iba más allá.
¿En qué sentido?
Pues que mi arte contenía cosas que no daba el informalismo. Aposté por un mundo nuevo en que el azar tenía mucha importancia, sí, pero también se abría a una figuración, imaginaria si quieres. Seguir la mancha por la mancha, no, yo esto no lo hacía. Llevaba una carga del Greco muy fuerte, no me interesaba romper con todo. Con todo, no.
¿Se había imaginado que podía tocar el cielo haciendo de artista?
Dudé mucho antes de decidir que quería ser artista. No tenía claro si ser arquitecto, si ser aparejador o, incluso, si hacer algo que no tuviera absolutamente nada que ver con las bellas artes. Pero el día que lo vi claro, entonces sí que me impliqué al cien por cien, es decir, que sabía que la cosa iba de jugarse la piel. Sabía que, si escogía hacer de artista, me jugaba el futuro. Era muy consciente. Si hubiera elegido la carrera de arquitecto, quizás me habrían ido mejor las cosas…
¿Se arrepiente?!
No, mujer, no. Si te la juegas, te la juegas y punto, hagas lo que hagas. Piensa que los días que no pinto me pongo enfermo. Lo que pasa es que en la vida hay un momento en que tienes que decidir. Y lo que quiero decirte es que yo sabía que me ponía en un mundo muy difícil. Es un mundo muy y muy competitivo. Un mundo pequeño y cruel… Y aquí, en nuestra casa, todavía mucho más. En París o en Londres hay varios grupos, con inquietudes diferentes, y es fácil encontrar uno donde encajas. Aquí, o estás en el grupo de los que mandan o te dejan en la estacada. Aquí solo mandan unos cuántos, y si no eres de su cuerda no tienes nada a hacer. Somos un país pequeño, pobre, miserable y desgraciado; ¿qué quieres que te diga?
Hábleme de Cirlot.
Aprendí mucho de él. Me abrió un mundo de conocimientos. Era un personaje de talla gigante, daba miedo. Tenía un carácter muy duro. Recuerdo que los domingos coincidíamos en el mercado de libros viejos de Sant Antoni y me impresionaba verlo husmear los volúmenes. Encontraba lo que buscaba. Tenía un olfato especial. Creía en mi obra, mucho, creía mucho. Porque yo, como él, estoy convencido que hay mucho más del que ven nuestros ojos. Es muy poca cosa lo que vemos, y el arte tiene la gran virtud de acercarse un poco a estas otras cosas invisibles, pero que existen. Es como un sentimiento religioso, pero que no tiene nada que ver con la religión, ni con los curas, porque son gente muy cerrada y el arte es muy abierto.
También le tengo que preguntar por René Metras, su galerista.
Un sabio. Un personaje muy interesante. Me organizó siete u ocho exposiciones, y esto no lo hizo con ningún artista!
Pero cuando murió, en sus necrológicas y en los homenajes que le rindieron, usted no aparecía en ninguna parte.
Murió el 1984. Pero es que yo, a finales de los años setenta, ya había entrado en una dinámica muy mala. No gustaba que renovara tanto. Como cuando introduje el collage, que me decían: “¿Y ahora por qué tienes que hacer estas majaderías?” De mí, desde hacía un tiempo, ya no se hablaba tanto como antes.
¿Qué pasó para que se le olvidara tan fácilmente? Y de una manera tan radical, por cierto.
Fue una suma de cosas. La política hizo mucho. No me gusta hablar de política. Después de la «Caputxinada», en la cual yo no participé, Cirici me giró la cara.
Pero su obra estaba comprometida con su tiempo, era rebelde con la dictadura.
Nadie me ha aclarado todavía por qué me giraron la cara. Cuando murió en Metras, nadie me decía nada. Silencio.
¿Todo por culpa de la política?
Bien, después, en los setenta entró en escena el arte conceptual, el último que me faltaba, como si el arte no hubiera estado conceptual toda la vida. Aquello era como hacer bromitas, y yo he sido muy serio siempre.
Tàpies les dijo de todo a los miembros del Grupo de Trabajo.
¿Debía de ser por algo, no? Lo que pasa es que a mí no me lo perdonaron, y me dejaron de lado.
¿Le afectó?
¿Te digo la verdad? No me importó mucho. Yo seguí pintando, como si nada. ¿Qué tenía que hacer? ¿Pagar para poder exponer? No he dado nunca ni cinco para hacer una exposición. Solo faltaría. Y lo digo sin rencor, no siento odio por nadie. Yo he estado amigo de todo el mundo. ¿Amigos íntimos? No, esto no, yo soy muy solitario, no he hecho piña con nadie.
Suerte tuvo de Aragón.
Compramos una casa a Calaceite en 1972 y, desde entonces, en aquellas tierras me han querido muchísimo. Me hicieron hijo adoptivo. Cuando aquí todo el mundo me ignoraba, allá me organizaron exposiciones importantísimas. Después, por suerte, a finales de los noventa todo se volvió a poner en su lugar. Todo volvió a ser normal, por decirlo de alguna manera. La Generalitat impulsó una gran exposición en la Pia Almoina y volví a entrar en escena.
Puesto que en esta entrevista hemos mencionado tantas veces Tàpies, me gustaría saber qué relación ha tenido con él.
Nos han querido hacer creer que el informalismo ha estado cosa de Tàpies y de cuatro más, y esto no ha sido así. He tenido relaciones muy desgraciadas con él, ya te lo digo bien claro. Cuando éramos jóvenes, recuerdo que yo ya tenía coche, un 600, y Cirlot, que no tenía, me dijo de ir a ver a Tapias en el Montseny. Pues vamos. Cuando llegamos, a Tàpies no le gustó nada vernos. A mí no me dejó ni entrar a casa suya. Y Cirlot salió de malas maneras. Hablaron de negocios. ¡Montó en cólera!
Vaya…
Tàpies no ha ayudado todo lo que podía ayudar a la gente de aquí. Ha cerrado el camino a mucha gente.
…
No te digo nada que ya no hayan dicho otros antes.
Intuyo que con el arte no se ha hecho millonario, pero no sé si persigue más el reconocimiento, quiero decir si le saca el sueño pensar que toda su lucha no quedará recogida en la historia.
¿Millonario? No, ¡ni lo más mínimo! A pesar de que he ido vendiendo siempre, no mucho, pero siempre. No la he ido a buscar, la reputación. En el fondo, sé que estoy, en la historia del arte de este país. Guste o no lo que hago. No los quedará más remedio que aceptarlo.