Fundació Vila Casas

Autobiografía visual de una ausencia

…todo arte tiende a una ausencia de límite en condiciones de creación limitadas.

Gao Xinjian.

 

Sentados plácidamente frente a los dos últimos y únicos autorretratos de Romà Vallès, intento comprender su experiencia para ver si encaja con mi elección: partir de unas obras que sintetizan su trayectoria artística y su vida, porque lejos del tópico que nos podría convocar el género, en este caso el autorretrato y su planteamiento dan un giro de 180º. Mientras observo, surgen palabras y fundimos en un único gesto el espacio con la pintura, las texturas que nos permiten acceder no tan sólo a la materia sino a la riqueza de un mundo vivido. Y llega la frase en la que la ausencia de una biografía convierte estas dos obras en autobiografía plástica y visual, en la que la mirada necesita el tacto para hurgar en las calidades del color o en el repliegue de una sombra que se escapa entre las imágenes. Autorretrato visual y ausencia de biografía, la que nadie ha escrito -me dice-, forman un entramado de fragmentos, unas conexiones donde el fondo más abstracto se condensa con el rastro vivido.

La ausencia de una biografía escrita le provoca esta necesidad de plantear determinadas circunstancias vinculadas al flujo de la existencia, una especie de collage de la vida y de la memoria, de la transformación del recuerdo en una intensidad emocional que potencia la última obra del autor y cierra el recorrido expositivo. Una visión múltiple de la realidad, con preocupaciones que unen el tiempo y tensan el arco de la experiencia, porque el autorretrato no es físico sino interno, tal y como tiene que ser para encontrar la autenticidad, de la misma manera que la acción y el pensamiento habitan el gesto y la materia.

Hay muchas cosas de antes y después de la guerra, una época muy triste que la gente desconoce. Estuve enfermo y después me puse hacer Bellas Artes, unos cursos que para mí fueron pasar de muerte a vida. A pesar de acabar molesto con los profesores, todo fue muy positivo para mi salud. Salí en 1950 y dos años después ya tenía una plaza de dibujo en el Instituto Fernando Casablancas, con una autonomía económica que me permitía moverme. En el año 1954 fui a París por mi cuenta, con el gran descubrimiento de todo, y en 1955 la primera pintura abstracta para entrar de lleno en el informalismo al año siguiente.

Uno de estos autorretratos nos habla de las mujeres que han marcado y le han hecho como es, que se integran como diferentes elementos de la memoria… La madre, la mujer, la hija y la nieta alrededor de un autorretrato inédito de 1951, ampliado y pintado. Al lado, una segunda pieza que nos introduce en los pasos de su vida, mientras escucho como su voz me dice que no es una cara que va cambiando sino una esencia que evoluciona a lo largo del tiempo. La búsqueda en antiguos álbumes de fotos de una selección de imágenes que escanea para incorporar a la tela, nos dan la evolución introspectiva, íntima, de los momentos que le han parecido importantes: contemplando el río Tajo en los años cincuenta – un momento en el que a partir de una beca descubría Castilla i dibujaba del natural -; la nota afectiva dada por el azar en Granada, cuando un grupo de niños, con un cariño especial, le cogieron de la mano en medio de la calle; el primer coche: un Biscúter; él con un rebaño de ovejas en casa de Leonci Quera, en Olot; el estudio de Teià; la galería Renè Metras con Moisès Villèlia y Magda Bolumar; o con la nieta cuando era pequeña haciendo el vermut en su estudio.

Pero, de hecho, esta autobiografía visual la encontramos en todas sus obras, en estos paisajes interiores que identifican claramente la insistencia en determinados aspectos, en estos fragmentos de series que encontramos a lo largo de los años, en la pasión por los valores del papel y la materia orgánica, las texturas coloreadas, el negro y el blanco, el espesor de la materia, el escondite del gesto…, sin dejar de explorar nuevas técnicas e incorporar nuevos materiales. Hoy, con 88 años, desde esta mirada en perspectiva se cuestiona hasta qué punto han valido la pena tantas energías gastadas.

… en el fondo soy un romántico y me justifico, pero si lo hubiera invertido en negocios sería millonario. No podía hacer nada más. Todavía ahora necesito remover pintura, tener un pote a mano, atacar papeles… Es una cosa física y, si no puedo hacerlo, me pongo nervioso. Y pienso que es triste encontrarse con gente que no tiene ningún interés, que pasa de todo, porque al margen de la materia tenemos los sentimientos, que están y no se pueden explicar porque es difícil hablar de ellos.

Del trayecto hay una experiencia que afecta siempre a todo artista: los límites que condicionan los sentidos; pero la pasión y la inquietud, acompañadas del esfuerzo y la persistencia, tensan el arco para transformarse en un hecho físico: pintar, la pintura…

Hablar desde una larga perspectiva me permite ver cosas fundamentales que me han marcado, y una de ellas es esta progresión hacia la relativización de los grandes problemas, después de una vida que no ha sido fácil y en la que no me ha sobrado nada. La pasión, pensar lo mismo en los diferentes temas que me ocupan, y una tensión constante muy fuerte, es lo que permite avanzar hacia adelante porque no hay nada que salga de forma gratuita.

Estos collages de dos épocas diferenciadas son el reflejo de un recorrido expositivo y no dejan de ser una evolución dónde busca nuevas técnicas que aplica unidas a la recuperación de dibujos antiguos. Más allá de la fragmentación que se produce con la imagen en cuanto a proceso, podríamos decir que se aleja de la serie Un mundo roto (1964-67), y la conexión con la serie Heràclit (2008-11) o los recientes autorretratos se establece en la diferencia, en una crítica negativa substituida por una forma de restituir la experiencia: la que busca la esencia del tiempo y la memoria. La primera lectura sí nos puede hacer pensar en un puente entre sus collages de los años sesenta y los actuales, pero si nos acercamos a primera línea veremos como la actitud es distinta, como si un giro de 180º hubiera precipitado la denuncia hacia un rescate positivo, como si cambiara la mirada para obtener una percepción inversa donde vaciar no tan sólo el rastro de una herencia artística sino la autobiografía emocional.

Cuando introduje la figuración en los años sesenta con una sangrienta ironía, con fragmentos de revistas y periódicos que se yuxtaponían a la pintura, con temas como el erotismo, la miseria, la muerte agresiva…, la gente no entendió por qué me había pasado al collage. En vez de comprender que era una vía para denunciar situaciones de injusticia, algunas voces de críticos conservadores se burlaban de la evidencia física, del propio proceso de trabajo, diciendo que “¡Este mundo roto está muy roto!”. En cambio J.E. Cirlot si entendió que estaba condenando a la “condición humana”.

¿Cuál sería el fondo de complicidad? Quizá con el principio, con el origen de un planteamiento creativo que nos llevaría a los años cincuenta, cuando Romà Vallès se interesaba por el arte africano, o a las piezas de homenaje al modernismo en los años sesenta. Pero antes de la confluencia entre collage y materia, hay un momento clave, en el año 1957, cuando se aleja de los compañeros de generación, un momento en el que J.Corredor-Matheos prioriza el significado del gesto sobre la materia. En los últimos años, la conjunción de elementos con diferentes valores, sin olvidar la progresión del color con sus contrastes y la búsqueda del espacio, nos da más densidad, más espesor pictórico hasta extremos casi barrocos, quizá como consecuencia de la compacidad, la densidad y la espesura que detectaba Conxita Oliver en la serie Entre segles, de 2001. Se nota una energía apasionada, fuerte y directa en el gesto, como si todo aquello que pasa a ser pausado en la reflexión y la selección tuviera prisa por dejar sus registros emocionales.

Mis 88 años me llevan a vivir en otra onda y la de cada día me interesa muy poco. Busco la comprensión de las cosas y me parece increíble que la gente se mate por cuatro ideas. Las calamidades más grandes no las trae el hombre, sino la propia naturaleza que te lleva de cabeza continuamente.

¿De lo cotidiano a lo trascendente? Cansado, quizá, del trabajo estéril, muchas veces de poner el dedo en la llaga, sin ningún efecto la mayor parte de las veces, Vallès no sitúa de manera inteligente en otras vías más sutiles, no menos fuertes ni duras – Cirlot ya anticipaba que, bajo la amenaza de una sonrisa, se esconde la herida-, y la comunicación pasa a ser profunda por el efecto de perforar adecuadamente el gesto de la emoción contenida a través de un fondo esencial que, sin tiempo, continua vigente.

La esencia de las cosas no tiene cronología, la encuentras en los grandes maestros de la pintura, pero esto tan sólo lo ves con la madurez. Pasamos por la vida y la mitad de las cosas se nos escapan sin darnos cuenta de que la carga es más fuerte desde un punto de vista histórico. Los hechos se repiten y hay un hilo que une, nos alerta de que no hay tanta diferencia.

Son estas relecturas del mundo del arte que, sumadas al proceso reflexivo e íntimo de su propio recorrido por la vida, se introducen en homenajes a la pintura, incluso integrando temas religiosos por primera vez, imágenes que considera impresionantes y brutales de la pintura española. Y entre el Greco, Miró, Picasso o J.M de Sucre, aparecen Leonardo, Miguel Ángel, Durero o Man Ray.

En el año 1966, el collage me funcionó muy bien como protesta política contra la vida burguesa mal entendida. Lo hacía con cierta ironía y la evolución me ha llevado a estos homenajes que me permiten – como no lo había hecho nunca- establecer conexiones con otras épocas. Ahora no es tan crítico, aunque quizá lo interpretarán en este sentido, pero de hecho establezco una complicidad positiva con la gran pintura de todos los tiempos y no trato de cargarme nada. Todo lo que había de ataque, agresión, ironía… ahora va de comprensión y admiración.

La última serie de pintura y collage, Heráclit, es como leer Umberto Eco y hacer una estructura paralela, trasladar historias a tu presente y descubrir que, cambiadas las épocas, los escenarios y sus protagonistas, hay un fondo que perdura, porque la perspectiva nos ayuda a estirar el hilo invisible que une de manera trascendente las diferentes actitudes del ser humano.

La parte creativa personal, como es el caso del collage, integra elementos de reflexión que nos permiten establecer un contacto con su trabajo pedagógico dedicado al arte infantil. Todo se integra y se complementa, como la tensión y la contradicción, como aquellas pinturas hechas a escondidas que descubrió Alexandre Cirici en los inicios bajo la incredulidad de su autor, porque no quería hacer como tantos otros, dispuestos a exhibir sus obras y sostener que son geniales, hasta creérselo. El tema pedagógico, la aplicación de sus ideas, cuando aquí en los años cincuenta nadie se interesaba, le absorbe hasta 1954 para después ir alternándolo con su propio proceso creativo. Y cuando, después de toda una vida, descubre el cambio en el tema educativo, se da cuenta de la falta de base, de la superficialidad con la que se suele tratar. Pero en aquellos años, a pesar de la indiferencia del entorno más próximo, consiguió muchas satisfacciones personales en este campo y, sobre todo, se dio cuenta de que había una complicidad internacional con su manera de pensar. Por este motivo, hemos querido incluir en el catálogo el texto de una ponencia presentada en el III Congreso de Arte Infantil en Madrid, en 2004, otro puente entre dos épocas que nos amplia con las reflexiones posteriores a una evolución.

Hablar de los años cincuenta y sesenta aquí, pasar de un momento de plena efervescencia en 1960 cuando la crítica lo considera uno de los grandes creativos del momento, cuando Alexandre Cirici manifiesta que está integrado plenamente en la vida artística europea y en especial barcelonesa, tanto por el soporte recibido como por la consolidación de un trabajo valorado ampliamente, con una presencia en galerías significativas de la época – en las salas Neblí y Fernando Fe de Madrid expuso antes de aquí -, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona… y, a partir de 1963, con la primera individual que le hace René Metras se abre un camino de complicidad en el que el marchante – hasta el final de su propia vida – no tan sólo cree y sigue la obra, sino que se implica para potenciarla. Con él expuso algunas de estas piezas de la serie El mundo roto en 1965 y en 1974 hizo una retrospectiva, con una recopilación de obras realizadas entre 1956 y 1973. La negación o, aún peor, la indiferencia del entorno que le espera en la siguiente fase, seguramente esté relacionada con otro hecho frecuente entre nosotros: leer hasta confundir falsas interpretaciones o equívocos perceptivos y la tendencia a tener grupos cerrados, endogámicos, que dejan al margen a todo aquel que hace su propio camino sin implicaciones públicas en la vertiente político dominante.

A raíz de su muerte, en 1984, me sentí anulado en Barcelona, con estrategias de poder para arrinconarme, mientras otros compañeros de la galería eran reconocidos. Incluso en un artículo de agradecimiento a Metras – “Merci,Monsieur Metras!”- que salió a la prensa en aquel momento, salieron relacionados todos los que habían expuesto sin citarme. Quizá fue el precio que pagué por mi fidelidad en un mundo de competencias, resentimientos y rencillas por parte de los galeristas a la hora de tener determinados artistas. Entonces la gran surte fue ir a Calaceite, donde tenía casa y me hicieron hijo adoptivo. Allí fui querido y valorado con grandes exposiciones dentro del territorio aragonés. Después, a partir de 1998, afortunadamente todo cambió.

Como decía Cirlot en el año 1966, la historia de su arte seguirá abriendo capítulos mientras la de su vida continúe, porque reconocía una honestidad en el trabajo de Romà Vallès, sabía que toda solución es transitoria, toda solución es tan relativa como el problema que la fundamenta y él nunca se instalaría buscando seguridad en la aceptación. Y lo hizo, porque las soluciones aparecen y desaparecen, se concretan de manera diferente en función de cada inicio. En 2001, Conxita Oliver recogía también este sentido de autenticidad en una obra que nos acerca a una vida que hierve y a una vida interna imparable.